Wednesday, February 08, 2012

Mis dos torres

El martes 07 de Febrero del 2012 el cielo amaneció pálido, nublado, gris; No puedo ver el volcán que está delante de mi, aunque esté muchos kilómetros mas allá de la ciudad.

La mañana es fría y me caliento con un café humeante, ya empieza otra semana mas de trabajo y apenas he tenido fuerzas para levantarme.

Por aquí se ven desfilar niños envueltos en capas de ropa de la mano de padres angustiados. Ninguno está alegre, pues saben que si están aquí es porque hay algo que no va bien.

De chico me gustaba lo días que tenía que ir a la clínica de psicología infantil, porque rompía con la monotonía de las clases. Es un recuerdo que tenía practicamente olvidado hasta que hoy vi desfilar ese gran número de niños en este hospital.

Me parece que sería el tercer grado de la primaria cuando un buen día mandaron a llamar a mi papá a la "dirección" y seguramente le dieron una amplia explicación de porqué su hijo tenía que ir con un psicólogo. No recuerdo cuál sería el argumento a pesar de que estaba presente porque mejor me entrevtuve, (alentado por la presencia de mi papá) en revisar los diversos objetos que contenía la pequeña habitación de aquella casa improvisada en escuela a la que llamaban "dirección".

A fin de cuentas sin la menor explicación mi papá me llevó semanas, quizá meses después a unas elegantes (al menos eso me pareció en aquellos lejanos días) torres de consulta infantil del DIF por el sur de la ciudad. Aún hoy existen y los veo cada vez que paso por el pefiférico sin apenas notarlos, pero en aquel tiempo eran esas dos torres un palacio de audáz arquitectura que inspiraba mi imaginación.

Por dentro las paredes brillaban con colores alegres y había cosas bastante divertidas hechas precisamente para entretener a un niño de 8 o 9 años.

¿Si me la pasé bien allí?. El primer premio era no ir a la escuela en un día de clases, ¿quién no querría algo así?. Las psicólogas eran en aquel entonces igual que como son ahora todas las que he conocido: insulsas, simples, nada brillantes. No hice empatía con ninguna y creo que en el fondo se debió a que quisieron llamar mi atención con cosas que me parecían mediocres:

"Mira el juguete!": Si, ¿que tiene de extraordinario?. "Leamos un cuento": Pff! ¿Blancanieves?, a mi me gustan las de Duro de Matar.

Ahora que lo pienso creo que al menos de momento fracasaron en su intento de establecer "una conexión profunda" conmigo, pues se quejaron con mi papá que cuando me preguntaban si quería jugar un juego: yo siempre me negaba. No es que no quisiera, solo que no me intresaba, me parecía estúpido.

Soportar a aquellas gentes que se desvivian por, según lo interpreté en aquel momento, acosarme para platicar y jugar conmigo era un pequeño sacrificio de una o dos horas para mi día libre. Después de eso ibamos por algún rico desayuno y luego el resto del día en mi casa me dedicaba a ver caricaturas.

Eventualmente me canalizaron, como cabría de esperarse en cualquier terapia psicológica de calidad que se precie de serlo, al dentista. Quién me recetó una aplicación de flúor y la compra de un cepillo de dientes nuevo. Debo hacer notar que hacer buches con un flúor verdoso me emocionaba, pues parecía una sustancia tóxica verde mutagénica salida de las caricaturas ochenteras. También me emocionaba mi nuevo y flamante cepillo dental Oral B pues era mío y era bonito y brillante.

Un buen día se acabaron mis visitas a aquellas torres de formas imaginativas y no me quedó otro remedio que regresar todos los días a mi burbuja de las clases por muchos años mas.

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