Una mañana en Aswan compartí un café y una sheesha con un par de egipcios muy amigables y completamente desconocidos. Fue una buena mañana.
El aroma del café, ya sea por su grano, su molido o la mínima potabilidad del agua era bastante mediocre, pero fue un buen café.
La pasada mañana en las alturas de Svalbard, compartí un termo de café soluble escandinavo y galletitas Safari con una peculiar pareja de alemanes gays, un suizo con crisis de los cuarenta, un malayo metrosexual, un francés malgache y una guía noruega entrenada para matar osos con todo y rifle a la espalda.
Con todo y que casi me mato minutos antes también fue un gran café.
El aroma del café, ya sea por su grano, su molido o la mínima potabilidad del agua era bastante mediocre, pero fue un buen café.
La pasada mañana en las alturas de Svalbard, compartí un termo de café soluble escandinavo y galletitas Safari con una peculiar pareja de alemanes gays, un suizo con crisis de los cuarenta, un malayo metrosexual, un francés malgache y una guía noruega entrenada para matar osos con todo y rifle a la espalda.
Con todo y que casi me mato minutos antes también fue un gran café.
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