Thursday, October 12, 2006

A Praise for Mars



But who shall dwell in these worlds if they be inhabited? . . .
Are we or they Lords of the World? . . .
And how are all things made for man?--
Kepler (quoted in The Anatomy of Melancholy)

Supongamos una fría noche de invierno, el viento helado galopante, quizá en lo alto de una montaña, el silencio sepulcral tal vez roto de vez en cuando por el crujir de las ramas cubiertas de escarcha, unos grillos trasnochadores y el crepitar de una pequeña fogata.

Y ahí está, titilando fijamente hacia el observador noctámbulo: una gota de sangre escarlata que pende del cielo nocturno y que resalta de entre toda la miriada de luciérnagas siderales. Pues su fulgor silencioso se abre paso parpadeando entre los tortuosos caminos estelares, hora tras hora, año tras año, siglo tras siglo por entre las infinitas noches terrestres.

Una mancha muda pero que igual con el parpadeo transmite el enigmático mensaje que durante eones ha transmitido al observador atento y receptivo.

Esta pequeña pero perturbadora señal cósmica vestida de escarlata era pues la suprema deidad de la guerra para los astrónomos griegos, los romanos (de quien nos sobrevivió el nombre) y vikingos. Mejor aún para los asirios fué el gran "derramador de sangre".

Para los mayas (quizá los primeros en calcular sus ciclo) era representado como una bestia de larga nariz que descendía de su circulo celeste a los infiernos. No es para menos, una referencia obligada para cualquier observador del cielo nocturno.

Y sin embargo el embajador de la violencia y la sangre vendría a ser destronado por el enemigo público número 1 del cristianismo, pues al ascender este a las esferas de la ciencia antigüa y la teología relegaría al Dios a la categoría de vagabundo celeste, de acuerdo con el sistema aristotélico.

No por eso nos es posible absolverlo de la muerte del gran Giordano Bruno que al atreverse a contradecir a los nuevos amos del pensamiento, quedó achicharrado por orden expedita de los hombres del nuevo Dios. Al pregonar las ideas de copérnico que la tierra y los demás planetas del sistema solar (entre ellos nuestro guerrero) giran alrededor del sol y este es uno de tantos (Que vilgar debió sonarles a los inquisidores, ya no digamos hereje).

Y llegó Kepler que se encargó de pisarle los talones como sabueso al caprichoso vagabundo escarlata, hasta que pudo trazar su pista (mucho tiempo después que los astrónomos mayas por cierto).

Aunque Galilei lo "vengó" tiempo mas trade, secundado por un tal Newton el misterioso punto rójo de la bóveda nunca dejó de intrigar al los humanos. Al grado que Percival Lowell a finales de 1800´s creyó´descubrir una serie de canales con su potente telescopio de la época.

Lo que ocasionó un boom por nuestro misterioso Dios, de suerte que hasta la fecha hen sido escritos cientos y cientos de historias en las que el hombre se sitúa en el, en donde ejércitos hostiles vienen desde allá solo para conquistar la tierra, etc... Pues conforme avanza la comprensión de las cosas que nos rodea, la superstición no desaparece, sino que se adapta con ella.

Los licántropos pasaron a ser extraterrestres y los súcubos secuestradores se transformaron en abducciones y encuentros cercanos del tercer tipo. Aunque detras de toda la miriada de charlatanería sobre visitantes del espacio, bajo el subconciente humano se encuentra la angustiosa idea que quizá no estemos solos en un universo desproporcionadamente inmenso y helado, confinados a una pequeña burbuja azul por la eternidad.


Pero lo poco que sabemos con certeza es que no existen vástagos del Dios de la guerra, al menos no como seres pluricelulares, pensantes (malvados o no). Solo tal vez y si somos muy afortunados, vida bacteriológica en cuyo caso aquellos apasionados de la Ufología quedarían decepcionados al no encontrar platillos voladores ni conspiraciones; no así los verdaderos científicos y gente lo suficientemente receptiva como para comprender que aquella esfera hermana de la nuestra, aquella que un día fué azul igual que esta albergó Vida.

El factor vida tan decisivo como para cuestionar los dogmas religiosos, teológicos y filosóficos actuales; una piedra angular para decir objetivamente que no estamos solos en el universo, pues quizá no sean pequeños hombrecillos verdes, pero las implicaciones son enormes. Ya que se sabe que ambos planetas compartieron material en un pasado muy remoto, entonces que pasaría si descubriésemos que en relaidad no somos hijos de la tierra sino del Dios de la Guerra?.

Hoy sabemos que no lo tiñe la sangre, sino varios tipos de óxidos de fierro, que es el cadáver que nos advierte que nuestro planeta también morirá, que nos grita en medio del silencio que nuestro planeta es único en la inmensidad y que debemos evitar destruirlo. Con suerte en los siglos venideros tal vez podamos habitarlo (o regresar a el, si este fuera el caso), pero nunca será igual que nuestra burbuja azul, ya que ningún humano pude subsistir en una atmósfera de bióxido de carbono, con poca presión atmosféica y un cuarto de nuestra gravedad. Peor aún viviendo eternamente bajo un cielo rojo con un sol pálido a temperaturas para helar los huesos a mitad de un desierto ocre infinito.

En la Guerra de los Mundos de H.G. Wells como trasfondo de toda la fantasía de ejércitos alienígenas invadiendo y masacrando a cuanto humano encontraban se esconde una visión profética muy adelantada a su tiempo. Los inavsores llegaron buscando un nuevo mundo porque el suyo había sido destruido por ellos mismos, por su irresponsabilidad; derrotados al fin no por los humanos sino "por las creaturas mas humildes que Dios puso sobre la tierra" y termina afirmando (para deleite de la microbiología e inmunología) que "el hombre se ha ganado su derecho de vivir en la tierra, pues ninguna muerte es en vano, pues desde que entraron a la tierra bebieron de nuestra agua y respiraron de nuestro aire".

Aún así ya en el siglo XXI aquel punto en el cielo nos sigue llamando, no en balde tantas sondas y robots destinados a comprenderlo; tanta literatura, cine y música. Pero sobre todo tantos fans.

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