Thursday, November 24, 2011

Bajo el Sol de Media Noche

Hoy es uno de esos raros jueves en los que puedo sentarme en mi confortable lugar para trabajar a gusto.


Aquí una sonata de cello de Prokofiev me separa del barullo de la mañana mientras que a ratos le regalo vistazos a una caricatura de la plaza Waclav de Praga, al león merodeador de ojo pelón de Russeau, a una mañana helada sobre el Moskova, al Saturno de Goya, al Skyline de NYC, al Vampiro de Münch, a un grupo de poetisas inuits, a mi hipogrifo soñador, al Golem de arcilla o al Anubis negro en guardia silenciosa.


Pero lo que mas me gusta hoy es una fotografía de 1911 de Amundsen y su grupo en su expedición polar ondeando la bandera norega. Porque por alguna razón desconocida hoy quisiera estar perdido en medio del ártico (otra vez) y olvidarme de todo lo que aquí existe.


Mas allá de la última ciudad del mundo en donde crece un pasto de color tan brillante como las nubes y se acaban los caminos.


A mitad del mar ártico es donde la tierra es yerma y el sol brilla eternamente en el cielo; ahí se escucha crujir el frágil hielo estival bajo las pisadas de tus botas y entre el y el permafrost de la profundidad corren flotando incontables riachuelos de helada agua pura.


Puedes deambular por la inmensidad con los perros de carga a tu lado, en los caminos hay renos ocupados en sus tareas de espulgar comida de donde no la hay y te observan escondidos los zorros árticos de la montaña.


Ahí la paz y el silencio solo los rompen el viento polar y el ruido del agua de los ríos de deshielo de los glaciares. Si la costa está cerca, se pueden escuchan los chillidos de las aisladas colonias de puffins posándose sobre los acantilados de los gigantescos icebergs de mil tonos secretos de azul.


En esas latitudes la carne cruda de los animales es de un rojo oscuro, casi puedes jurar que la aderezan con pólvora antes de tirarla a las brasas; los barcos balleneros huelen a aceite y fierro viejo, el único asentamiento parece un pueblo fantasma.


Inevitablemente bajo el perpetuo brillo del sol, la noción de la noche y el tiempo pierden sentido. El sol de medianoche te da la sensación de estar en un ocaso interminable en otro mundo donde el correr de las manecillas del reloj de ha detenido. Hasta tu sombra parece morir en aquellos lugares lejanos, mientras que aquellas que proyectan los objetos inanimados se extienden en extrañas formas puntiagudas.


Debería decir que tan enigmáticos lugares siguen siendo casi tan solitarios y remotos como en tiempos atigüos por que el ártico puede acabar con los espíritus pequeños y parece aceptar solo a aquellos que pueden soportar el peso de coexistir con la nada por periodos largos de tiempo. Allí solo estas tú enmedio de la inmensidad de un mundo irreal y apartado que paradójicamente no te deja evadirte de tu propia realidad de ser un ser insignificante en medio de la nada.


En alguna ocasión había leído sobre el inmenso vacío, la sensasión de abandono y tristeza que sienten varias personas al encontrarse de pronto en lugares así. Quizá porque queda atrás el confort (hasta cierto punto) de estar protegido y las distracciones del mundo, pero allí debes valerte por tus propias capacidades y enfrentarte a ti mismo.


El ártico es un reto para el espíritu y como dijo Lao Tsé: "Aquel que se vence así mismo es verdaderamente fuerte".


Hoy debería estar flotando a la deriva en un viejo barco entre las montañas de hielo y los osos polares.


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